Es una reacción fisiológica natural. Cuando percibimos un peligro, real o imaginario, una parte de nuestro cerebro llamada hipotálamo produce una substancia llamada CRF (Cortisol Releasing Factor). El CRF estimula la producción de la hormona ACTH (hormona adrenocorticotrópica ). Dicha hormona viaja a través de la sangre y del sistema nervioso autónomo hacia las glándulas adrenales o suprarrenales (situadas encima de los riñones) y estimula de inmediato la producción de las hormonas adrenalina, noradrenalina y glucocorticoides. Se produce la conocida respuesta ‘lucha o huida (del inglés ‘fight or flight’), que nos prepara para defendernos o huir del peligro. Aumentan el ritmo cardiaco, la presión de la sangre y el ritmo respiratorio. Además el riego sanguíneo de la piel, del sistema gastrointestinal y musculo esquelético se reduce siendo dirigido hacia el cerebro, corazón y glándulas suprarrenales. Cuando, por fin, estamos a salvo, el nivel de estas hormonas baja y el riego sanguíneo se normaliza.
En cambio, cuando percibimos peligro al enfrentarnos mentalmente a situaciones de lucha en el trabajo, en casa o por la calle, estas hormonas se producen de manera continuada. Con el tiempo las glándulas suprarrenales se agotan causando un desequilibrio hormonal con síntomas de fatiga, baja energía vital y depresión.
Además disminuye la producción de serotonina y dopamina. Estos neurotransmisores tienen efecto calmante y regulan procesos fisiológicos importantes como la expresión de emociones, la líbido, el apetito y el sueño. Por lo tanto, tienen un gran impacto sobre nuestra felicidad.
Las preocupaciones, la tristeza y desesperanza afectan mucho el sueño, y muchas veces el insomnio precede la depresión. De hecho, cuando no dormimos suficiente y no descansamos bien durante la noche la mayoría nos sentimos fatigados, bajos de ánimo y malhumorados. Cuando esto perdura, suele aparecer la ansiedad, la cual solicita nuevamente las glándulas suprarrenales contribuyendo a más ansiedad y depresión.